Natasha Russo


El hombre es un pedazo del universo hecho vida – Ralf Waldo Emerson


Estar frente a la obra de Natasha Russo, conocerla a ella y luego sentarme a escribir  sobre su pintura me provoca tal torrente de ideas, de sentimientos que se agolpan desbocados en mi mente, que para no dejarme arrastrar  por la intensa emoción que la admiración por su obra me produce y construir unos párrafos ordenados, debo respirar hondo, alejar mis dedos del teclado y volver a empezar, a recrear en mi mente las líneas, los colores, los trazos que delimitan los contornos de una obra profunda y atrayente.
Después volveré al mundo de las emociones, al que realmente pertenece las creaciones de Natasha Russo,e intentaré trasmitir a quien lea estas líneas, lo que yo siento, lo que cualquiera sentiría, al contemplar de cerca sus pinturas.
Para calmar mi pasión comenzaré por el análisis formal y estilístico de esta obra plasmada en su mayo- ría en lienzos de grandes dimensiones, en la que las figuras se muestran casi a tamaño natural.
Puesto a clasificar, lo que es connatural al realizar un comentario artístico, la obra de esta creadora se  encuadra fácilmente en el expresionismo más puro. Ella no desentonaría atravesando el puente de entre eras a lomos de un expresivo caballo azul, pues su estilo nos remonta a esos dos movimientos de van- guardia como fueron Die Brüke y Der Blaue Reiter, allá por los primeros años del XX. A mi entender comparte con estos movimientos varios aspectos.or un lado la época. Aquel periodo de entreguerras, la misma segunda guerra mundial y las posguerra, conformaron un mundo en crisis,  económica, social y de ideas, una época de ensayos, de esperanza y de decepciones. Tal es la nuestra, aunque por desgracia la vivamos con menos intensidad existencial.
También comparte la denuncia social implícita en su obra. Puesto que los cuadros de Russo son en sí mismos una estampa ácida y sarcástica de la sociedad, la pretérita, la actual y quizás la futura. Sobre este tema tan extenso volveré más adelante.
Otro punto de conexión con aquellos luchadores de las vanguardias expresionistas es el uso de la forma y del color. Incluso la reivindicación de la hermosura que se esconde tras lo grotesco, como si esta fuera una máscara que no se levantara sino para que los escogidos puedan ver la hermosa realidad que se oculta tras el antifaz.
Colores y formas espontáneas, brutales, apasionadas. Líneas y sobre todo curvas que se deslizan a ve- ces de forma suave, otras abruptamente sobre la superficie del lienzo.
Como en las obras de los movimientos referenciados, las escenas plasmadas por Natasha Russo, están plagadas de símbolos que se repiten como invocaciones, como letanías que invocan a los espíritus que alientan su creación.
Las referencias simbólicas en esta obra tan singular, están a veces insultantemente visibles,  descarada- mente claras a los ojos del menos observador. Pero otras veces se encuentran encriptadas, sólo visibles y entendibles para los iniciados o para aquellos que  insisten en recrear la vista una y otra vez por ese laberinto pasional de formas en busca del tesoro emocional que esconde el centro de ese dédalo plásti- co.
Eso si, un consejo, para apreciar la obra de Russo hay que verla una y otra vez porque a cada nuevo vistazo se descubren nuevos detalles, nuevos contenidos, nuevos placeres ocultos.
Según mis dedos  bailan frenéticos y rápidos  sobre las teclas, mi pensamiento comienza a divagar, atraído irremediablemente por el impacto emocional de la obra que intento describir y eso me aleja del análisis formal que pretendía desarrollar y que en este punto retomo.
Siguiendo con el tema expresionista, ella al igual que lo hicieran Kokoschka, Kandinsky, Macke, Kir- chner, Nolde y sobre todo Ensor, Munch, Max Beckmann o Grosz,  Russo carga su obra de expresión y sentimiento, intentando derrocar un mundo que no le gusta y del que saca todo lo que de podrido tiene, para crear un universo nuevo, quizás siguiendo en parte la máxima anarquista de que para construir es necesario destruir primero.
Ella, también al igual que los citados y tantos otros,  resalta la cara oculta de la sociedad actual, la ali- neación, las falsas apariencias, la hipocresía, la desesperanza, el aislamiento, la masificación …)
Munch en su obra “El grito” manifiesta su deseo de liberarse de sus miedos, de sus demonios. Russo en sus lienzo ejercita el mismo ritual, muestra seres demoníacos, infrahumanos, adornados con símbolos que rememoran la crueldad, el fanatismo, la intransigencia, la falta de libertad, la opresión, todo aquello contra lo que ella, como persona lucha.
En los párrafos anteriores he comenzado un acercamiento a su temática. En cuanto a la forma, se recrea en lo mórbido, lo oscuro, a veces rayando en lo tenebroso. Impacta el contraste entre unos rojos fuertes, brutales, como un estallido sangriento, como esa explosión que destruya todo lo que de malo es denun-ciable en su obra, acompañando este color del negro. El negro es lo oscuro, lo insoldable, lo indefinible. Pero también es la autoridad, la confirmación de un carácter decidido. Y entre ellos el blanco, intrépido, adalid de la luz que vence a la oscuridad.
 
                                                                                                                                      Tito del Muro